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[Publicat a La Vanguardia]
Pocos han comprendido el alcance real de la polémica
iniciativa del Gobierno valenciano. El intento de valencianizar
la lista de autores en los libros de texto valencianos
tiene implicaciones más sutiles de las que se
desprenden de un análisis precipitado. Resulta
demasiado simple indignarse o escandalizarse (eso ya
depende de sensibilidades) ante el localismo exacerbado
de quien se plantea excluir de los libros de texto valencianos
a Llull o Villalonga (Palma de Mallorca), a Rodoreda
o Riba (Barcelona), a Pla (Palafrugell) o a Espriu (Santa
Coloma de Farners), nacidos todos fuera de los límites
administrativos de la comunidad que preside Zaplana
(Cartagena). De hecho, bastaría con conseguir
que los alumnos leyeran a fondo las obras de Ausiàs
March (Gandía), Vicent Ferrer (Valencia), Jaume
Roig (Valencia), Vicent Andrés Estellés
(Burjassot) y Joan Fuster (Sueca), por poner un repóquer
de ases, para que en pocos años el País
Valenciano fuese una de las tierras más cultas
de Europa.
Además, si el criterio geográfico
que propugna Zaplana prosperase, los catalanes podríamos
exportarlo como modelo a otras comunidades de autonomismo
bien entendido. No creo que costase mucho convencer
al Gobierno canario para introducir progresivamente
al gran Àngel Guimerà (Santa Cruz de Tenerife)
en los libros de texto de esta cálida comunidad.
Para que los estudiantes canarios pudiesen penetrar
en el alma de "Terra Baixa" sólo haría
falta que el IEC estableciese centros de enseñanza
intensiva de catalán en el Cabildo. Así,
el alumnado insular vibraría como corresponde
con las aventuras de Manelic y el lobo. Tras "Terra
Baixa" (obligatoria), "Mar i cel" podría
cosechar grandes éxitos como optativa. Salvando
todas las distancias, una introducción gradual
de las novelas de Maria Jaén (Utrera) en los
libros de texto editados por la Junta de Andalucía
permitiría que títulos como "Amorrada
al piló" o "La dona discreta"
fuesen degustados en versión original en el sur
español. Bien llevada, la operación incluso
podría internacionalizarse. Una correcta aplicación
de los criterios geográficos en el marco de la
Unión Europea permitiría la difusión
de las obras originales de dos autores tan bien recibidos
en Cataluña como Sergi Pàmies (París)
o Matthew Tree (Londres). Naturalmente, el fenómeno
no haría sino disparar la demanda de profesores
de catalán en las zonas de influencia de estas
dos grandes metrópolis y provocaría un
nuevo tipo de turismo catalanista: las parejas a la
espera de progenie viajarían para tener a sus
hijos en ciudades exóticas, a las que acudir
décadas más tarde en el caso de que el
retoño les saliese escritor.
Reconozco que, en un día
de efusión catalanista como hoy, resulta duro
asumir el liderazgo moral del presidente Zaplana, cuyo
apellido leído del revés anuncia una inquietante
"anal-paZ" (¿qué debe de ser
una paz anal?). Pero si lo vitoreo no es por ningún
juego de palabras: si Eduardo Zaplana (Cartagena) impulsa
esta limitación en los protagonistas de los libros
de texto valencianos es por pura modestia presidencial.
Para que quede establecido que él, nacido fuera
de los límites de la comunidad, no figure jamás
en los manuales de historia valencianos. ¡Viva
Zaplana!
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