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7 d'agost de 2006
Novetats  
   
Segon lliurament de la sèrie "Fuego en Oriente Medio" de Robert Fisk. Articles publicats en versió espanyola a La Vanguardia
   
Robert Fisk
 

(La Vanguardia, 9 d'agost-24 d'agost de 2006)

 

A continuació reproduïm articles de Robert Fisk publicats per La Vanguardia (que, són la traducció dels publicats a The Independent). Robert Fisk és un periodista que, a diferència de molts altres, és al lloc dels fets. Per tant, més enllà de l'encert o de l'errors de la nterpretació que en fa, cal valorar positivament que escrigui les cròniques in situ. Fisk ha encunyat darrerament el terme periodisme d'hotel, terme prou clar com perquè calgui explicar-lo.

Fisk ha publicat no fa gaire La gran guerra per la civilització, un llibre que pot ser molt útil en l'intent d'entendre què passa a l'Orient Mitjà, que, per raons diverses, ha esdevingut una zona molt conflictiva.

 

Huir del sur de Líbano, morir en Beirut (9 d'agost de 2006)

Había excavadoras removiendo las toneladas de escombros, una nube de polvo y humo que se alzaba más de un kilómetro por encima de los castigados suburbios del sur de Beirut y un hombre alto con una camiseta gris - nada menos que un taxista de Brooklyn- con los ojos arrasados en lágrimas, contemplando lo que muy probablemente era la tumba de su abuelo y sus tíos. La mitad de la casa familiar había desaparecido y el bloque de pisos contiguo había sido reducido a escombros unas horas antes por los dos misiles que explotaron en la calle Asaad al Assad.

¿Qué se le puede decir a un hombre que está esperando ver salir cadáveres de debajo del hormigón? El último había sido un hombre cuya cara, antes de que retiraran la suciedad, parecía grabada en el polvo; el hormigón le había aplastado los huesos y los músculos de manera tan fulminante que había quedado delgado como una hoja de papel. Mohamed al Husseini había salido de Nueva York con su joven esposa y su bebé - que estaban a salvo en el centro de Beirut- con la intención de aprovechar las vacaciones para ver a su familia y hablar con los parientes con los que había crecido.

"Mire lo que han hecho los israelíes", me dijo, sin apartar los ojos de los suelos de los pisos, separados ahora por unos pocos centímetros. "No entiendo nada, ¿sabe? No sé qué hacer. Puedo volver con mi mujer y mi hijo, pero el resto de mi familia está aquí. Antes vivían en el sur y hasta ahora habían sobrevivido. Luego vinieron a Beirut y han muerto aquí".

El abuelo de Mohamed al Husseini, Mohamed Yassin, tiene - no digamos todavía "tenía"- 75 años. Su tío se llama Hussein Yassin y su tía Hila. Pero ayer por la noche seguía sin haber rastro de ellos.

¿Y los del edificio de al lado? Murieron al menos 17 civiles, muchos de ellos niños. Un chiquillo de 12 años llamado Hussein Ahmed Mohsen yacía muerto en el depósito del hospital Monte Líbano, junto con una mujer que murió al cabo de una hora de ser rescatada, después de que los misiles echaran abajo su casa el lunes, poco después de las 19.30 horas. Casi todos los habitantes de este desgraciado edificio eran miembros de la familia Rmeiti - originaria también del peligroso sur de Líbano-, y quince de los muertos eran del mismo pueblo. Pedazos de paredes de pisos colgaban todavía por encima de las ruinas, y una de ellas tenía pintado un corazón y la palabra Brasil, testimonio del amor al fútbol de un muchacho en la edad de la inocencia.

Era una escena capaz de poner furioso a cualquiera. Un guardia de Hezbollah me pidió mi tarjeta de prensa y perdió todo interés en cuanto la leyó. Pero a un joven libanés con una camisa amarilla que estaba por allí lo agarró por el cuello de la camisa y lo entregó a un puñado de individuos altos y forzudos que lo metieron a la fuerza en un coche. Todo el mundo anda a la caza de espías, de los hombres - y mujeres- que, se asegura, pintan los bloques de pisos de Beirut para que la tecnología de los misiles israelíes localice sus objetivos.

Pero un triste y amargo encuentro en el mismo hospital Monte Líbano me dio a entender que aquella casa no había sido señalada por nadie. Allí conocí a Ali Rmeiti, un empleado del aeropuerto de Beirut, ensangrentado, con la cara deformada por el dolor y meneando la cabeza con incredulidad. "Estaba en el balcón con mi mujer Huda y nuestros tres hijos, debían ser poco más de las siete y media. No oí nada, nada en absoluto. No me di cuenta de lo que había pasado. Todo estaba negro. Luego llegó la segunda explosión y salimos todos disparados a la calle, junto con el balcón".

Huda Rmeiti está acostada junto a su marido con una vía de suero en el brazo y todavía más ensangrentada que Ali. Y tengo que preguntarle alegremente cuántos de sus hijos estaban en el balcón, porque sé - y ellos no- que tres de los cuatro murieron cuando el balcón del primer piso se precipitó a la calle.

¿Y por qué fue atacado el edificio? Los israelíes han matado a cientos de civiles libaneses, incluso han atacado convoyes de refugiados a los que ellos mismos habían ordenado abandonar sus casas. Pero Saadieh, la cuñada de Ali Rmeiti, una mujer menuda con velo y un vestido negro con dibujos amarillos, cuenta una historia que coincide con la de otros dos supervivientes. Antes de que cayeran los misiles, dice, un avión no tripulado israelí, una nave que envía imágenes en tiempo real a Tel Aviv, sobrevoló el barrio de Shiyah. Um Kamel, como los libaneses denominan a este tipo de aviones, pasó zumbando de aquí para allá durante un rato y luego, de improviso, alguien bajó en moto por la calle Asaad al Assad y disparó hacia el cielo con un rifle, justo enfrente de la casa de los Rmeiti.

Yse fue. Probablemente era un deficiente mental, quizá un provocador - aunque no es probable-, acaso algún joven que quería demostrar su atolondrada hombría. No se pueden abatir aviones a escopetazos, eso lo sabe cualquier miembro de Hezbollah. Pero poco después, los dos misiles bajaron como un rayo sobre las casas de los inocentes.

De esto quizá se pueden extraer dos moralejas. Una es evidente, y la otra resulta ya bastante familiar. La primera: nunca le dispare a un avión no tripulado. Y la segunda: no crea que los israelíes se lo pensarán dos veces antes de lanzar un misil contra su casa si su juguetito detecta por allí a un hombre con un rifle.

 


La retirada israelí agiganta a Hezbollah (15 d'agost de 2006)

Han creado un desierto y lo han llamado paz. Srifa - o lo que una vez fue el pueblo de Srifa- es un lugar de viviendas derrumbadas, paredes reventadas, escombros, gatos muertos de hambre y cadáveres atrapados. Pero también es un lugar de victoria para Hezbollah, cuyos luchadores se paseaban ayer por entre las ruinas con aire de héroes conquistadores. ¿A quién hay que culpar de haber convertido este pueblo en un desierto? ¿A la milicia chií que provocó esta guerra o a la fuerza aérea israelí que ha traído la devastación al sur de Líbano y ha matado a tantos de sus habitantes?

En cualquier caso, el mujtar del pueblo no tenía dudas. Cuando tres hombres de Hezbollah - uno herido en el brazo, los otros dos acarreando cargadores y walkie-talkies- pasaron frente a nosotros por entre los montones de hormigón destrozado, Hussein Kamel el Din les gritó: "¡Hola, héroes!". Y luego se giró hacia mí. "¿Sabe por qué están enfadados? Porque Dios no les ha dado la oportunidad de morir".

Hace falta estar aquí abajo, junto a Hezbollah, en medio de esta destrucción aterradora - muy al sur del río Litani, en el territorio del que Israel se propuso expulsarlos- para comprender la naturaleza de esta guerra y su enorme significado político para Oriente Medio. El poderoso ejército de Israel ya se ha retirado del pueblo vecino de Ghandutiya después de perder 40 hombres en sólo 36 horas de combate. Ni siquiera ha conseguido penetrar en la ciudad asolada de Qiam, donde ayer Hezbollah estaba de celebración.

En Srifa estuve con hombres de Hezbollah observando las carreteras vacías hacia el sur y vi desde allí el pueblo de Mizgav Am, al otro lado de la frontera. Esta no es la manera como se suponía que la guerra tenía que terminar para Israel.

Lejos de poner de rodillas a Irán y Siria - ése y no otro era el plan estadounidense-israelí-, la guerra ha dejado intactos a esos dos supuestos estados parias y ha agigantado la reputación de Hezbollah en todo el mundo árabe. La oportunidad que aparentemente vieron el presidente George W. Bush y la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, en la guerra de Líbano se ha transformado en una oportunidad para que los enemigos de Estados Unidos mostraran la debilidad del ejército israelí.

De hecho, ayer por la noche apenas quedaba ningún blindado israelí dentro de Líbano: sólo se veía un tanque solitario en las afueras de Bint Jbeil, y los israelíes se habían retirado incluso de la ciudad cristiana segura de Marjayun. Ahora está claro que el contingente de 30.000 hombres que, según había anunciado el ejército israelí, avanzaba a toda marcha hacia el norte, hacia el Litani, nunca existió. En realidad, es improbable que ayer quedaran más de mil soldados israelíes en todo el sur de Líbano, a pesar de que se vieron involucrados en dos escaramuzas durante la mañana, horas después de que entrara en vigor el cese de hostilidades de las Naciones Unidas.

Mientras tanto, a lo largo de la costa, desde Beirut, se desplazaba un éxodo masivo de decenas de miles de familias chiíes, con colchones y ropa de cama amontonada en los techos de los coches, muchos de ellos exhibiendo en las ventanillas banderas de Hezbollah y fotos de Sayed Hassan Nasrallah, el líder de Hezbollah. En los atascos masivos alrededor de los puentes derruidos de las carreteras y los cráteres que agujerean el paisaje, los hombres de Hezbollah repartían banderas verdes y amarillas de la "victoria", junto con notas oficiales que pedían a los padres que no dejaran jugar a sus hijos con los miles de bombas sin explotar que ahora están esparcidas por todo el territorio. Ayer, al menos un niño libanés murió por un obús sin explotar y otros 15 quedaron heridos.

Pero ¿adónde vuelven esas personas? Haj Ali Dakrub, un constructor de 42 años, perdió parte de su casa en el bombardeo israelí de Srifa en 1996. Ahora la casa entera ha quedado destruida. "¿Por qué Israel tenía que destruir todo esto?", se pregunta. "No negamos que las fuerzas de la resistencia estuvieran en Srifa. Lo estaban antes y lo estarán en el futuro. Pero en esta casa sólo vivía mi familia. Entonces, ¿por qué la bombardearon los israelíes?".

Lo cierto es que, frente a las ruinas de la casa de Ali Dakrub, colgando del balcón de una casa muy deteriorada, se apreciaba lo que parecía ser la carcasa de un misil. Y un grupo de milicianos de Hezbollah, uno de ellos con una pistola metida en los pantalones, pasó frente a nosotros con aire de chulería y desapareció en un jardín. ¿Quizá allí guardaban cohetes?

El señor Dakrub no lo afirma ni lo niega. "Voy a reconstruir mi casa con mis dos hijos", insiste. "Israel puede volver dentro de diez años y destruirla otra vez, pero yo la volveré a reconstruir todas las veces que haga falta. Esto ha sido una victoria de Hezbollah.

Los israelíes lograron derrotar a todos los países árabes en seis días en 1967, pero aquí no han podido acabar con la resistencia en un mes. Estos hombres de la resistencia volverían a salir de bajo tierra y devolverían el golpe. Siguen aquí".

"Salir de bajo tierra" es una expresión que he oído varias veces durante estas cuatro últimas semanas, y estoy empezando a sospechar que muchos de los miles de guerrilleros estaban efectivamente ocultos en cuevas, sótanos y túneles, y salían sólo para disparar sus misiles o para usar sus cohetes de infrarrojos contra el ejército israelí una vez que éste cometió el error de enviar tropas terrestres a Líbano.

¿Y hay alguien que crea que Hezbollah accederá a dejarse desarmar por una nueva fuerza internacional de tropas de la ONU y del ejército libanés, si es que llega alguna vez?

Ayer hubo un momento simbólico, cuando los soldados libaneses ya desplegados en el sur del país se unieron a los hombres de Hezbollah en Srifa para limpiar las ruinas de una casa en la que creían que se encontraba sepultada toda una familia. La Cruz Roja libanesa y el personal de defensa civil - representantes del poder civil que se supone que tiene que recuperar su soberanía de las manos de Hezbollah- se añadieron a la búsqueda. El mujitar, que tan descaradamente trataba de héroes a los hombres de Hezbollah, también es un representante del Gobierno libanés. Y a la entrada de este pueblo destruido sigue habiendo un póster de Nasrallah y del presidente de Irán, Ali Jamenei.

Lejos de expulsar a Hezbollah hacia el norte, más allá del Litani, Israel ha conseguido atrincherarlo como nunca en sus pueblos libaneses.

 

 

Aumenta el número de víctimas en Líbano (17 d'agost de 2006)

A cada hora que pasa desentierran nuevos cadáveres; el número de víctimas del conflicto de Líbano no cesa de crecer. El poeta estadounidense Carl Sandburg habló de los muertos en otras guerras e imaginó que él era la hierba bajo la cual serían enterrados. "Enterradlos bajo mí y dejadme trabajar", dijo de los muertos de Ypres y Verdún. Pero en todo Líbano no paran de retirar toneladas de escombros de viejos tejados y edificios para encontrar familias sepultadas, los distintos miembros abrazados unos a otros en el momento de la muerte, mientras su casa era derribada por las fuerzas aéreas israelíes. A última hora de la tarde se habían encontrado 61 cuerpos más, lo que aumenta la cifra de muertos libaneses en esta guerra que ha durado 33 días hasta casi 1.300.

En Srifa, al sur del río Litani, se han hallado veintiséis cuerpos bajo las ruinas sobre las que yo me encontraba hace sólo tres días. En Ainata, había ocho cuerpos más de civiles. Asimismo, se descubrió un cadáver bajo una casa de cuatro pisos derruida al norte de Tiro y, cerca, los restos de una chica de dieciséis años, junto con tres niños y un adulto no identificado. En Jiam, al este del país, tras ser asediado por los israelíes durante más de un mes, el mujtar del pueblo fue hallado muerto bajo los escombros de su casa.

No todos los muertos han sido civiles. En Kfarchouba, unos camioneros encontraron los cuerpos de cuatro miembros de Hezbollah. En Roueiss, sin embargo, los trece cuerpos hallados entre las ruinas de ocho edificios de diez plantas eran civiles. Entre ellos había siete niños y una mujer embarazada. Diez cuerpos más fueron desenterrados de entre los escombros en los barrios de las afueras, al sur de Beirut, una zona donde los vecinos afirmaban que aún podían oír los gritos de conocidos atrapados bajo los restos de los edificios derruidos por las bombas. La organización de defensa civil libanesa - casi tan valiente como la Cruz Roja Libanesa cuando intentaban salvar vidas durante los bombardeos- cree que, como mínimo, podría haber tres familias atrapadas en sótanos, bajo los escombros.

Sin tener en cuenta los peligros que entrañan los proyectiles que no han explotado, varios musulmanes chiíes libaneses han regresado a sus casas destruidas con la intención de recuperar objetos personales - incluidas fotografías y álbumes familiares que contienen la historia de sus vidas- pero algunos han acabado cayendo por los huecos que se han abierto entre los pisos a punto de derrumbarse, y se han precipitado varios metros en la oscuridad. Una de las últimas víctimas antes de que entrara en vigor el alto el fuego de la ONU fue un niño al que se halló muerto entre los brazos del cadáver de su madre en Beirut.

Nunca sabremos cuántos de estos muertos habrían sobrevivido si George W. Bush y Tony Blair hubieran exigido un alto el fuego inmediato hace unas semanas. Pero muchos habrían tenido la oportunidad de seguir con vida si los gobiernos occidentales no hubieran considerado esta sucia guerra como una "oportunidad" para crear un "nuevo" Oriente Próximo y para dar una lección de humildad a Irán y Siria.

 

 

El típico apaño del país de los cedros (18 d'agost de 1006)

Ahora las ves, ahora no las ves. ¿Las armas de Hezbollah? No se ve ni una. Y, por lo tanto, el ejército libanés no puede incautarse de ellas. Porque cuando este de hombres cruzó ayer el oficiales dejaron bien claro que no era tarea del ejército desarmar a Hezbollah. Y nadie se sorprendió en Líbano. Al fin y al cabo, la mayoría de los soldados libaneses son chiíes, como los miembros de Hezbollah, y en muchos casos, los soldados que cruzaron el río Litani no provienen sólo de los mismos pueblos del sur, sino que también son parientes de los guerrilleros a los que se supone que deben desarmar. En otras palabras, es el típico apaño libanés. Así pues, ¿adónde se dirige la resolución 1701 del Consejo de Seguridad de la ONU? Es cierto que los franceses ya están de camino, o eso se supone. Un mínimo de 1.300 soldados franceses han partido hacia Beirut por mar, según el Gobierno francés, y son los franceses - cuyo general Allain Pelligrini ya se encuentra al mando de la pequeña fuerza de la ONU que está destacada allí- los que dirigirán el nuevo ejército internacional en Líbano. ¿Pero deben desarmar a Hezbollah? ¿O deben establecerse en el sur de Líbano como fuerza disuasoria para proteger a Israel? Los franceses siguen pidiendo un mandato claro para su misión. Pero Líbano no proporciona mandatos claros a nadie, y menos aún a los franceses.

Los libaneses les dieron a sus soldados el recibimiento tradicional, que consiste en arroz y agua de rosas, cuando éstos cruzaron los puentes militares recién construidos sobre el Litani, ayer al atardecer. Pero también hay que tener en cuenta que, en el pasado, algunas de esas mismas personas que ayer se apresuraban a dar la bienvenida a los soldados hicieron lo mismo con los israelíes en 1982; y con Hezbollah un tiempo después. Sin embargo, el ejército libanés representó la paz en nuestra época - como mínimo durante un tiempo- para aquellos que aún están desenterrando los cadáveres de sus familiares muertos en los pueblos que se encuentran en las colinas al sur de Líbano.

Tenían buen aspecto en televisión todos esos tanques T-54 destartalados del Pacto de Varsovia y unos vetustos automóviles Panhard sobre los camiones de transporte, ya que se suponía que regresaban al sur de Líbano por primera vez en 30 años. Por supuesto, no era cierto. Aunque no han llegado a desplegarse en la frontera, miles de soldados libaneses han sido destacados a pueblos del sur desde la guerra civil, y han cumplido con las órdenes de hacer la vista gorda a las actividades de Hezbollah, siempre que sus guerrilleros no tuvieran la desfachatez de intentar pasar un camión cargado de misiles por uno de sus controles.

Entre los soldados libaneses que conocían esa zona del sur, había miembros de la guarnición de 1.000 hombres destacados en la ciudad cristiana de Marjayun, y que huyeron tras la pequeña incursión terrestre de Israel de la semana pasada.

Y, ahora, mucha atención, que voy a contar una historia. Resulta que su comandante, el ministro del Interior y general de brigada Adnan Daud, acaba de ser detenido por traición después de que la televisión israelí mostrara unas imágenes suyas en las que aparecía tomando té con un oficial israelí en el cuartel de Marjayun. Y lo que es aún peor, la cadena de TV de Hezbollah, Al Manar - que ha logrado seguir emitiendo durante la guerra, a pesar de los intentos de Israel de destruirla a bombazos- grabó las imágenes israelíes y las transmitió en Líbano.

Antes de su detención, el general Daud cometió la imprudencia de revelar sus pensamientos a Lauren Frayer, un emprendedor reportero de la agencia de noticias Associated Press que llegó a Marjayun a tiempo de grabar las últimas palabras del general antes de que fuera detenido.

Los israelíes, según declaró el general, "se acercaron pacíficamente hasta la entrada y solicitaron hablar conmigo". Un oficial israelí que se presentó como coronel Ashaya habló con Daud sobre las futuras relaciones militares entre israelíes y libaneses.

"Durante cuatro horas le enseñé la base - dijo el general, hablando de Ashaya-. Debía de estar de misión de espionaje y quería comprobar si escondíamos a algún miembro de Hezbollah". Pero una hora después el supuesto amigo israelí se fue, y los proyectiles de los tanques israelíes derribaron las puertas de la guarnición libanesa. Los soldados no respondieron al fuego, sino que huyeron. Sin embargo, se encontraron con que su larga caravana, que incluía docenas de coches civiles, sufrió los ataques de los pilotos israelíes, que mataron a varios civiles, incluida la mujer del alcalde, que fue decapitada por un misil israelí.

En Beirut, se olvidó todo esto cuando el primer ministro libanés, Fuad Siniora, repitió que no habría más "estados dentro del Estado" y que Hezbollah abandonaría la zona al sur del Litani. Esta afirmación puede entrar en la categoría de historia probable. La mayoría de los miembros de Hezbollah no sólo viven en pueblos al sur del Litani, sino que varios de sus oficiales dejaron claro ayer que le habían dicho al ejército libanés que no buscara armas. Para que luego hablen del desarme de Hezbollah al sur del Litani. Y de la guerra contra el terror del presidente Bush, que los israelíes afirman estar librando en nombre de Estados Unidos.

 

 

La ONU no encuentra voluntarios (20 d'agost de 2006)

Israel tiene mucho interés en que se pongan en práctica las resoluciones 1559 y 1701 del Consejo de Seguridad de la ONU, que exigen el desarme de Hezbollah, algo que Israel ha sido incapaz de conseguir durante las últimas seis semanas después de destrozar Líbano y de matar más de mil civiles libaneses.

Debo decir que no deja de tener cierta ironía ver cómo los diplomáticos israelíes examinan tan concienzudamente la redacción de estas resoluciones y cómo piden que se acaten cuando ellos se han pasado años flagelando a las mismas fuerzas de la ONU destinadas en Líbano que ahora deberán protegerlos.

La Finul, la Fuerza Interina de las Naciones Unidas en Líbano, lleva 28 años destinada en el sur del país y ha sido el blanco de bromas, calumnias y difamaciones por parte de Israel durante todo ese tiempo. Recuerdo que los israelíes acusaron al batallón irlandés - que ya se ha retirado- de ser unos borrachos o antisemitas, a los funcionarios de la ONU de mentir y a un comandante de las islas Fiyi de transmitir la sífilis a varias mujeres de Caná, ciudad arrasada por las fuerzas israelíes por segunda vez en un decenio.

Sin embargo, ahora se supone que la nueva y reforzada Finul debe garantizar la zona de parachoques tras la que Israel - cuyo ejército ha fracasado rotundamente en la tarea de proteger a su pueblo en esta última guerra- pueda sentirse seguro.

Uno no puede por menos que desear que los israelíes respetaran con la misma escrupulosidad las resoluciones de la ONU. Ojalá mostraran el mismo entusiasmo por cumplir con la resolución 242 del Consejo de Seguridad de la ONU, por ejemplo, como el que muestran para que Hezbollah y el ejército libanés respeten las resoluciones 1559 y 1701. Pocos lectores necesitarán que se les recuerde que la resolución 242 exige la retirada de las tropas israelíes del territorio ocupado en la guerra de 1967.

Hezbollah, por supuesto, también está jugando con la ONU. El 12 de julio cruzó de forma ilegal la línea azul de la ONU que hay al sur de Líbano y mató a tres soldados israelíes y capturó a dos más. Asimismo, ha dejado muy claro que no va a permitir que les desarmen y que sus miembros - "maestros de escuela, albañiles, estudiantes universitarios" (admiro, sobre todo, el engreimiento de esto último)- permanecerán al sur del río Litani sin empuñar las armas, aunque las tendrán al alcance de la mano. Y si la resolución 1701 acaba en la papelera de Hezbollah, ¿qué valor puede tener la 242 para los palestinos?

Sin embargo, algo mucho más peligroso puede ocurrir en el sur de Líbano, algo que está estrechamente ligado con el infierno en que hemos convertido Iraq. Los famosos 3.000 soldados franceses que debían llegar a Líbano para prestar apoyo al ejército libanés se han reducido, de golpe, a 400 ingenieros franceses.

Asimismo, parece que tanto a los españoles como a los italianos les gustaría saber un poco más sobre el misterioso mandato de la ONU antes de sacrificar las vidas de sus jóvenes soldados en Líbano. Los españoles aún no han olvidado el precio que pagaron por apoyar la coalición de los dispuestos - que dentro de poco se convertirá en la coalición de los no dispuestos- en Iraq: no quieren que haya más atentados en el sistema ferroviario de Madrid. Y los italianos están cansados de los funerales de Estado por los muertos en Iraq.

Es cierto que los franceses no han olvidado a los 58 soldados asesinados en el edificio Drakkar de Beirut, el 23 de octubre de 1983, cuando unos terroristas suicidas relacionados con Hezbollah les atacaron por pertenecer a la fuerza multinacional en Líbano, otra creación estadounidense. Sin embargo, Francia ha presenciado el derrumbe del proyecto estadounidense en Iraq y sospecha que sus soldados - a pesar de la posibilidad de reeditar de forma fantasmal el mandat français de las décadas de 1920 y 1930 en Líbano- podrían correr la misma suerte que los ejércitos que decidieron adentrarse en el sangriento pantano de Iraq con Bush.

¿Quién desarmará a Hezbollah? ¿Lo logrará alguien? ¿Y qué haremos si no lo conseguimos? No pude reprimir una sonrisa cuando oí las declaraciones de Dan Gillerman a la BBC en que afirmó que si la ONU no podía desarmar a Hezbollah tendría que hacerlo Israel, pese a que ya ha demostrado de forma más que clara su incapacidad para llevar a cabo esa tarea. Y la última exigencia insólita de Israel es que las naciones musulmanas que no reconozcan el Estado de Israel no podrán formar parte de la fuerza Finul al sur de Líbano.

Por el amor Dios, ¿qué está ocurriendo? Bueno, me aventuraré a hacer una horrible conjetura. El fiasco de Iraq y el desastre cada vez mayor de Afganistán ha agotado la predisposición de los miembros de la OTAN para enviar fuerzas de paz, y menos aún para misiones que podrían conllevar enfrentamientos y violencia con musulmanes. Además, las naciones musulmanas a las que tal vez se podría convencer para que participaran en tal misión - sin tener en cuenta a Turquía, por supuesto- serán rigurosamente excluidas. Lo cual significa que, a pesar del despliegue de tropas libanesas en el sur de Líbano, el famoso alto el fuego del sur del país está destinado al fracaso.

Voy a aventurarme a hacer otra conjetura. Los europeos empiezan a estar hartos y cansados de financiar y de sacrificar sus vidas para mantener la paz entre israelíes y árabes. En numerosas ocasiones he percibido en varias capitales europeas una ira que va en aumento por el hecho de que Estados Unidos echen por tierra todas las posibilidades de paz debido a su apoyo incondicional a Israel, mientras que los contribuyentes europeos deben aportar miles de millones de euros para reconstruir las ciudades de Gaza y Líbano que Israel ha arrasado.

Un diplomático europeo destinado en Beirut ha propuesto que la ONU debería crear una cuenta de plica controlada de forma internacional, a la que árabes e israelíes deberían hacer aportaciones para sufragar sus repetidas y horribles guerras. Que los árabes paguen por los daños causados en Haifa. Que los israelíes (supongo que se refiere a Estados Unidos) paguen los miles de millones de dólares malgastados por la gentuza de las fuerzas aéreas israelíes para destruir las infraestructuras libanesas. ¿Por qué deberíamos seguir pagando por estos conflictos indecentes? Tal vez sea nuestro sentimiento de culpabilidad. Un sentimiento que deberíamos albergar. Fue lord Blair de Kut al Amara quien apoyó la decisión de Bush de retrasar el alto el fuego en Líbano, un apoyo que costó las vidas de cientos de civiles libaneses que de lo contrario hoy estarían vivos. En Caná yacen 29 civiles que murieron en el sangrante ataque contra la ciudad. Sin lugar a dudas, nuestro querido primer ministro pensaría en ellos.

 

 

Aquel bombardeo israelí a un convoy civil (24 d'agost de 2006)

Hay pocas señales en la carretera donde los misiles alcanzaron a los inocentes de Marjayún. Pero existen recuerdos de lo que le sucedió al caer la noche, inmediatamente después del ataque aéreo israelí, al convoy de 3.000 personas el día 11 de agosto: una chica cristiana de 16 años gritando "quiero a mi papá" mientras el cuerpo mutilado de su padre yacía a unos cuantos metros de ella, el mujtar de la ciudad al descubrir que su esposa Collette había sido decapitada por uno de los misiles israelíes, el voluntario de la Cruz Roja libanesa que generosamente se adentró en la oscuridad de la guerra en Líbano para proporcionar agua y bocadillos a los refugiados, que fue alcanzado por otro misil y cuyos amigos no pudieron llegar a él para salvarle la vida.

Los hay que se desmoronan cuando recuerdan la masacre de Jub Jannine, y luego están los israelíes que dieron permiso a los refugiados para abandonar Marjayún, que especificaron qué carreteras deberían tomar y que después las atacaron con un avión teledirigido con capacidad para lanzar misiles. Cinco días después de que se les pidiera explicaciones por la tragedia todavía no se habían molestado en aclarar cómo mataron al menos a siete refugiados y herido a otros 36 solamente tres días antes de que el alto el fuego de las Naciones Unidas se hiciera efectivo.

Esta es otra de las historias que no se cuentan en la guerra entre Israel y Hezbollah; hay otras - infinitamente mucho más sangrientas-, pero la tragedia final de estos refugiados, cristianos en su mayoría, implicó a un buen puñado de oficiales y ministros libaneses, al primer ministro de Líbano, al embajador de Estados Unidos y al ministro de Defensa israelí.

Todo empezó el 10 de agosto, cuando los israelíes orquestaron una pequeña ofensiva por tierra en Líbano tras un mes de bombardeos masivos de poblaciones al sur del país. El general de brigada Adnan Daud, que comandaba una fuerza mixta de 350 policías paramilitares y soldados libaneses en los cuarteles de la bonita ciudad cristiana de Marjayún, encontró a un hombre en la puerta a las nueve de la mañana, un oficial israelí que se hacía llamar coronel Ashaya. Daud, cuyos hombres no se enfrentaban a los israelíes, llamó al ministro del Interior, Ahmad Fatfat que "suscribió" - palabras de Fatfat- la decisión de Daud de dejarlo entrar. Ashaya pasó cuatro horas inspeccionando los cuarteles para asegurarse de que no había miembros de Hezbollah. Después se marchó. Daud izó una bandera blanca en el puesto de guardia.

Pero a las cuatro de aquella tarde, un tanque israelí se acercó al cuartel y se abrió paso a tiros. Fatfat volvió a decirle a Daud que dejara entrar a los israelíes, que, según Daud, le informaron que "eran los ocupantes y estaban al mando". Un oficial israelí encerró entonces a Daud en una habitación.

Miles de cristianos de Marjayún temieron entonces por sus vidas. Según unos cuantos cooperantes, Hezbollah estaba disparando cohetes desde detrás del hospital de la ciudad, que fue inmediatamente abandonado por la Cruz Roja libanesa. Los habitantes creían, con motivos, que los misiles de Hezbollah serían dirigidos desde Israel a la propia Marjayún ahora que la ciudad había sido sitiada por las tropas y tanques israelíes.

Encerrado en su habitación, Daud llama a Fatfat de nuevo, y Fatfat llama al primer ministro libanés, Fuad Siniora, quien, por casualidad, hablaba con el embajador de Estados Unidos en Beirut, Jeffrey Feltman. Feltman - bien vía el Departamento de Estado o directamente la embajada de Estados Unidos en Tel Aviv- dijo a sus diplomáticos que llamaran al ministro de Defensa israelí, que se apresuró en contestar que no debería haber tropas israelíes en los cuarteles de Daud. Pero los israelíes de Marjayún se negaron a creer lo que Daud les decía.

Sin embargo, los habitantes de Marjayún se encontraban entonces presos del pánico, y Daud llamó a Fatfat a las siete para empezar a organizar un convoy de refugiados por el norte de Marjayún hasta Beirut. El Gobierno libanés, según Fatfat, llamó al mando de las Naciones Unidas en el sur de Líbano a las 5 del día siguiente, 11 de agosto, para pedir a los israelíes que permitieran conducir a los miles de refugiados hacia el norte. La ONU, según el Gobierno de Beirut, notificó posteriormente al general Abdulrahman Shaiti, ayudante del jefe de los servicios secretos militares libaneses, que el convoy tenía permiso de los israelíes para viajar.

Dos vehículos armados de las Naciones Unidas, a cargo de tropas indias, se presentaron pues en Marjayún para encontrarse al menos tres mil personas, incluidos musulmanes chiíes de los poblados devastados de alrededor, esperando para partir. "Había acuerdo total en que saldrían por el valle de la Beqaa, con Alain Pellegrini (comandante de la ONU) - dice Fatfat-. También acordamos por qué carreteras". Pero hubo retrasos. Parte de la carretera por donde debían salir había sido bombardeada y tenía que repararse. Se hicieron las cuatro de la tarde antes de que el convoy saliera lentamente desde Marjayún, con los 350 soldados de Daud a la cabeza. Los vehículos de las Naciones Unidas abandonaron después al convoy en Hasbaya, el límite norte de las operaciones de la ONU, dejando a los refugiados peligrosamente expuestos. La ONU ya había advertido a las autoridades libanesas de que era tarde para que partiera el convoy.

"Iban tan lentos que daba rabia - recuerda un trabajador humanitario-. La gente de los pueblos que simpatizaban salía de sus casas para dar a los refugiados comida y agua, querían pararse con ellos a hablar y se detenían a saludar a viejos amigos como si aquello fuera turismo. El convoy no avanzaba más de ocho kilómetros por hora. Se hacía de noche". Los tres mil refugiados subían entonces por la Beqaa tras caer la noche, y se acercaban a los antiguos viñedos de Kifraya, en Jub Jannine, cuando el desastre les sobrevino a las 20.00 horas.

"La primera bomba cayó sobre el segundo coche - cuenta Karamallah Dagher, un reportero de Reuters-. Yo daba la vuelta y mi amigo Elie Salami estaba allí de pie, preguntándome si me quedaba gasolina. Fue entonces cuando impactó el segundo misil y a Elie le volaron la cabeza y los hombros. Su hija Sally tiene 16 años, salió de un salto del coche y empezó a gritar: ´Quiero a mi papá, quiero a mi papá´, pero ya no estaba". Hablando de los asesinatos, Dagher se desmorona y llora. Intentaba sacar a su madre, enferma de artritis, del coche, pero se quejó de que le hacía daño, así que la volvió a dejar en el asiento del acompañante y se sentó con ella, esperando una muerte violenta que afortunadamente jamás llegó. Pero sí le llegó a Collette Makdissi al Rashed, esposa del mujtar,que fue decapitada en su jeep Cherokee; a un miembro de la familia Tahta de Deir Mimas; a otros dos refugiados; a un soldado libanés, y a Mijael Jbaili, el voluntario de 35 años de la Cruz Roja de Zahle, que explotó por los aires al caer un cohete justo a su lado.

"Hubo pánico - cuenta el alcalde de Marjayún, Fuad Hamra-. Mucha gente se marchó con sus coches. Tenían autorización; todo tendría que haber ido bien. ¡Si Hezbollah transportara armas por la noche, lo habrían hecho en dirección contraria!".

¿Quién lanzó los aviones teledirigidos? ¿Un soldado israelí de las fuerzas de invasión? ¿Un oficial sin nombre en el Ministerio de Defensa israelí en Tel Aviv? Los israelíes sabían que había un convoy civil en la carretera. Aun así enviaron máquinas sin pilotos para atacarlos. ¿Por qué? Anteanoche, el ministro de Defensa israelí todavía no había respondido a las preguntas que los periodistas le hicieron el pasado viernes.