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26 de juliol de 2004
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Columnista de doble discurs, o dir el que toca a cada lloc
   
Contrastant
 

Ernest Alòs en un article publicat a El Periódico de Catalunya del 25 de juliol ens comenta una manera de treballar dels columnistes que escriuen per a diaris de diverses comunitats autonòmiques. En concret, es tracta d'adequar el discurs de l'article al discurs dominant en una determinada comunitat autonòmica. Amb els tertulians també passa, atès que segons l'emissora de ràdio on emeten les seves opinions radicalitzen, suavitzen o, fins i tot, varien substancialment el seu discurs per adequar-lo al públic que els escolta.

En la seva columna, Ernest Alòs comenta que un mateix columnista espanyol, Fernando Ónega, va publicar un article el 22 de juliol a La Voz de Galicia i el 23 de juliol a La Vanguardia sobre l'entrevista de Pasqual Maragall amb José Luis Rodríguez Zapatero. El curiós no és la reincidència, publicar dos articles sobre el mateix tema en dos dies consecutius sense que hagi passat res que pugui fer canviar l'opinió sobre l'entrevista, sinó que el contingut dels dos articles és molt diferent. És a dir, Fernando Ónega opina una cosa en un diari gallec i una altra en un diari català. Un cas clar, doncs, de doble discurs.

A continuació reproduïm "Las lealtades se pagan", aparegut a La Voz de Galicia:

Les propongo el juego de las comparaciones. Ideologías al margen, Fraga tiene más talla de hombre de estado que Maragall. Tiene una categoría intelectual superior, aunque eso siempre es difícil de demostrar. Y es evidente que posee una experiencia de gobierno mucho más dilatada. ¿Por qué hago estas referencias personales? Porque cuando se reúnen con Zapatero obtienen resultados inversamente proporcionales a su categoría personal y política. Fraga obtuvo compromisos no presupuestados ni fijados en un calendario. Maragall, se lleva algo cada vez que habla con ZP: un día, el Palacio de Montjuic; ayer, el Mercado de las Telecomunicaciones.

Y es que entre ambos presidentes autonómicos hay una diferencia vital en este tiempo: si Zapatero tuviera que dar un no a Fraga, no le ocurriría nada grave. Si le tiene que decir no a Maragall, sería la hecatombe: se presentaría como un menosprecio a la comunidad que tantos votos dio al PSOE; el PSC volvería a plantear la creación de grupo parlamentario propio; Esquerra Republicana podría retirar su apoyo al Gobierno de Madrid.

Demasiados riesgos. Y, como son riesgos reales, es inevitable ver en los resultados de la reunión de ayer a un Zapatero rehén de su visitante y obligado a dar a las demandas catalanas una de estas respuestas: "sí" o "sí". Y eso será leído en el resto de las comunidades como un agravio comparativo. Si el otro vivero de votos socialistas, Andalucía, no hubiera visto saldada ya su "deuda histórica", ¿cuánto tiempo calculan ustedes que tardaría Chaves en ponerse a la cola de la ventanilla de las concesiones? Una semana parece un plazo inmenso. Roma no paga traidores, pero las lealtades se cobran.

El panorama se vuelve más intrigante cuando nos acercamos al resto de asuntos tratados. Como anécdota, anotemos que Maragall usó tal doble lenguaje, que sus palabras sobre la Generalitat y el Estado fueron entendidas al mismo tiempo como una referencia al estado catalán y lo contrario: como "representante del Estado". Pero, al margen de eso, quedaron al descubierto las divergencias entre los dos presidentes en cuanto a la reforma constitucional y el alcance de la reforma del Estatuto. Fueron tan visibles, que Jordi Sevilla tuvo que atribuirlas a un "malentendido".

Pues en ese tejado queda situada la pelota. Maragall es cada día un poco más nacionalista. Zapatero, por fuerza, tiene que ser cada día un poco más constitucionalista. Maragall conserva intacta su capacidad de presión. Zapatero conserva intacta su capacidad de ser presionado. Y Maragall tiene un truco que no le falla: siempre empieza diciendo que "por fin un gobierno entiende a Cataluña". Después enseña los dientes y, por último, pasa la factura.

I tot seguit reproduïm "Qué ha fallado en la Moncloa", aparegut a La Vanguardia:

¿Quién teme a Pasqual Maragall? Del Ebro a Huelva, mucha gente: quien estudia sus viajes como el brujo analiza el vuelo de las aves; quien lo encuentra más catalanista que socialista; quien le oyó decir que la Generalitat es "un" Estado; quien desconfía de sus intenciones finales; quien ve sus proyectos como una copia catalana del plan Ibarretxe; y quien cree que ha venido a Madrid a aprovecharse de las debilidades de Zapatero, y vuelve a Barcelona con un trofeo (así se ha escrito) llamado Mercado de las Telecomunicaciones.

En esas dudas y desconfianzas se basan las primeras críticas a los resultados de su estancia en la Moncloa. Y también algo de envidia. Mucha envidia, qué diablos. No es por señalar, pero yo soy gallego, y disculpen ustedes la petulancia. Ahora me cabrea que no le hayan puesto a Fraga nuestra bandera a la entrada de palacio. Para garantizar la simple continuidad del plan Galicia hemos tenido que organizar una formidable protesta mediática hasta obligar al presidente a desmentir a su ministra de Fomento. ¿Cómo no nos va a causar envidia que Maragall tenga una flauta mágica? Se la toca a Zapatero, y ¡zas!: el castillo de Montjuïc. Se la vuelve a tocar, y otro zas: la CMT para Barcelona. ¡Quiero ser catalán, pero sin peajes!

Después tenemos la teoría de los privilegios. Tantos siglos de centralismo hacen que sea normal que en Madrid se concentre el poder político, el financiero, el cultural y hasta el apostólico. Hasta hay una presidenta que considera a Madrid una de las puntas del eje del bienestar, dejando a los demás, supongo, en el carro del malestar. Y claro: ¿cómo se atreve un tipo de provincias a venir aquí, seducir al guardián, asaltar las torres almenadas y llevarse un trofeo del salón? No llega a la osadía del Barça de llevarse los tres puntos del Bernabeu, pero es lo más grave que ha ocurrido después de tal suceso. Y encima, en ambos casos, cumpliendo un pronóstico de Zapatero.

¿Cómo explicarlo? Lo del Barça, vale, porque el Real andaba de mala racha. Pero a la CMT, aunque media España no sepa qué es, hay que aplicarle la teoría de la presión: si Zapatero no cede, Maragall promoverá el grupo parlamentario del PSC; Esquerra retirará su apoyo; caerá todo el tinglado socialista, que se ha montado sobre votos catalanes y andaluces. Y si usted replica que no, que hay una acción de largo alcance llamada descentralización, le dirán que no sea ingenuo, que ésa es una forma de vestir el santo, para llenar de grandeza lo que es una simple cesión por debilidad. A continuación se agitará el fantasma de la unidad de España.

Os traslado estas consideraciones para mostraros qué difícil es construir eso que llaman España plural. Es tan cierto que existe, que hasta Aznar la invoca en sus discursos. Pero, cuando hay que llenarla de contenidos, se desatan furias y recelos. Pero no todos somos envidiosos. No todo el mundo es jacobino.

¿No habrán cometido algún fallo los señores Maragall y Zapatero? Yo creo que uno elemental: presentar la descentralización, algo tan serio e histórico, como un arreglo entre dos amigos y socios, sin más debate; como un conejo de chistera que apareció una tarde de julio que Maragall pasaba por allí. Como diría José Blanco hablando de Aznar, "como si el Estado fuera suyo". Puestas las cosas así, se puede hablar de grandeza; pero también han puesto en bandeja que se hable de debilidad de uno e imposición de otro. Y no es eso. Bueno, matizo: no debiera ser eso.

Com es pot veure, dir el que toca a cada lloc és la millor manera de quedar bé amb tothom. Llàstima d'internet, però, que et deixa en evidència.